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viernes, 21 de mayo de 2010

Junio 2010: ¿Es la tuya una fe que salva?

Tal vez te sorprenda saber esto: pero no todo tipo de fe te salvará. Hay una fe dogmática, la cual es un consentimiento intelectual a las doctrinas de las Escrituras; pero el conocimiento mental no basta. Satanás sabe que la Biblia es la Palabra de Dios; pero sigue siendo el diablo. Hay una fe temporal, la cual “no tiene raíz en sí”, se va tan pronto como viene (este tipo de fe se menciona en la Parábola del sembrador). Hay una fe milagrosa, con la cual uno puede echar fuera demonios y sanar a los enfermos, además de hacer muchas otras maravillas; sin embargo, el hijo de perdición, Judas Iscariote, poseyó esta fe, y los magos del corte de Faraón. Así que, las fes dogmáticas, temporales y milagrosas no constituyen una verdadera fe que salve.

Entonces, ¿cómo podemos saber si tenemos una verdadera fe que justifica?

I.- La fe que salva está cautivada por Cristo. El objeto de la fe no es un ‘algo’ sino un ‘Alguien’. Aquel ‘Alguien’ es Cristo. La fe tiene a Cristo en alta estima: la gloria de Su persona, el esplendor de Sus obras, el gozo de Su comunión. El Salvador es más precioso para los santos. En una ocasión Beza comentó que la verdadera fe no solamente cree a Cristo, sino que le abraza. Le ama profundamente. La fe es un asunto afectivo que gobierna sobre nuestras emociones, voluntad e intelecto. Si tú amas a Cristo, y estás cautivado por Él, tu fe es de origen divino. Tal vez caigas en el camino; pero aunque tu fe sea débil, Él es un Mediador Omnipotente. ‘Mirando a Cristo, el Autor y Consumador de nuestra fe’.

II.- La fe que salva nos purifica apasionadamente. La fe nos purifica; no nuestras lágrimas ni nuestro conocimiento (Hechos 15:9). La fe que justifica es la fe que santifica. Enciende toda la vida del discípulo. La fe nos concede una perspectiva eterna y quita nuestra mirada de las distracciones temporales de este mundo. La fe se alegra en negarse a sí misma y encontrar refugio en la justicia y pureza de Cristo. Los creyentes fieles tienen el buen olor y la dulce fragancia de la eternidad. Y aquella visión eterna tiene implicaciones en el presente. Una persona refleja con su estilo de vida si vive a la luz de la eternidad o no.

III.- La fe que salva es obstinantemente obediente. Haríamos bien en recordar que la verdadera fe está sujeta a la voluntad de Dios. Noé obedeció, Abraham obedeció, Moisés obedeció, etc. Los héroes de nuestra fe eran hombres y mujeres que se atrevieron a obedecer a Dios. Si tu fe no obedece a Dios, tu fe es una fe de demonios. Si Dios dice, “¡Ve!”, la fe va. Si Dios dice, “¡Predica!”, la fe predica. La fe es un soldado bajo mandato del Altísimo. La fe bíblica proclama, “No se haga mi voluntad, sino la Tuya. No mi justicia, sino la de Cristo. No mi vida, sino la Suya. Para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia.”

IV.- La fe que salva transforma totalmente. La fe nos transforma a la imagen de Cristo. No meramente produce santidad en nosotros, sino que nos marca con todas las bellezas de la persona del Señor. El hombre o la mujer que da fruto espiritual es aquel que tiene una fe espiritual. La fe nos lleva a la madurez en Cristo; confiamos en Él en medio de cada tribulación y tormenta. Empezamos a ser más y más como Cristo. Por naturaleza, vemos que las cosas vivientes crecen; y una fe vital nos hace crecer en fortaleza, fervor, espiritualidad y un amor cada vez más profundo hacia Dios y nuestro prójimo. Cristo ha dicho, “Por sus frutos, los conoceréis”.

Así que, ¿tu fe alcanza este estándar evangélico? ¿Tu fe está cautivada por Cristo? ¿Te purifica apasionadamente? ¿Te hace obstinantemente obediente? ¿Te transforma totalmente? Esta fe la tenían los santos de antaño; y esta es la fe que da a conocer la gloria de Dios en nuestra generación actual. Esta fe salvadora, justificadora, santificadora será hallado en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. ¿Es la tuya una fe que salva?