viernes, 26 de febrero de 2010

Marzo 2010: UN EVANGELIO SIN SANGRE

Como dos buenos amigos, la sangre y el Evangelio van mano a mano. No se pueden separar. El nuevo testamento es un pacto de sangre hecho por Cristo a favor de Su pueblo. Justo antes de ser entregado a los romanos para ser castigado hasta la muerte, Él dijo, “esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). Aquella sangre fue inocente; incluso el traidor, Judas Iscariote, sabía que esto era cierto. Aquella sangre trae vida a aquellos que crean, “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54).

La sangre nos enseña que el Evangelio cuesta algo; o mejor dicho, que el Evangelio costó todo. La gracia neotestamentaria no fue ningún tipo de adquisición barata para el eterno Hijo de Dios. Para conceder perdón a la humanidad caída, Cristo enfrentó la ira de Dios todopoderoso solo; Él bebió de aquella copa tan amarga solo; Él dio Su vida solo a fin de que los pecadores pudiesen alcanzar la vida. ¡Oh! ¿Cómo es posible cansarnos de oír el Evangelio? Cuando piensas en todo lo que Cristo tuvo que soportar; ¿cómo puedes dejar de alabarle por amarte a ti y por elegirte a ti? ¿Qué misericordia mereciste tú? ¿Hubiera Dios dejado de ser amor si nos hubiera enviado a todos al infierno? ¡De ninguna manera! Pero Dios mostró gracia y misericordia. No es posible hacer nada más que simplemente maravillarnos ante Su bondad; asombrados en la presencia de Su caridad divina. Gracias Jesús, otra vez clamamos, gracias Jesús.

Predicar el Evangelio es predicar la sangre. Y si la sangre no está presente, el Evangelio tampoco. No hay buenas nuevas sin la sangre porque, “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Un evangelio sangriento nos dice la verdad acerca de Dios y del hombre. Un evangelio sangriento revela que Dios es un Potentado de amor e ira infinitos; un evangelio sangriento le dice al hombre que es un animal salvaje, miserable y vil necesitado de la misericordia salvadora de Dios. Un evangelio sangriento da un golpe mortal repentino a la auto-suficiencia y auto-estima del hombre. Este evangelio sangriento y cruel ha sido la gloria de la iglesia desde hace dos milenios. Pero hoy, aquel Evangelio antiguo ya no está a la moda.

La teología liberal está predicando un evangelio sin sangre. ‘No hay espacio para la sangre en nuestro mensaje,’ dicen: ‘porque la sangre no permite que nadie se sienta cómodo’. La sangre es demasiado real; demasiado desafiante; demasiado cruda; demasiado genuina según estos falsos profetas anémicos. Un evangelio sin sangre te dice que todos somos buenos y que todos somos hijos de Dios y no Sus enemigos. Un evangelio sin sangre no exige arrepentimiento. Un evangelio sin sangre niega la exclusividad de salvación en Cristo Jesús. Un evangelio sin sangre ve la cruz como un ejemplo de moralidad y no como un castigo expiatorio a favor de una bestia abominable llamada “el hombre”. Un evangelio sin sangre te dirá que todo lo que Dios ve en un hombre es su potencial y capacidad. ¡Dios no ve nada en el hombre no-regenerado sino pecado! ¿Por qué nos suena tan ajena esta verdad bíblica? ¿Acaso tenemos que volver a aprender la antigua lección evangélica que la cruz no nos habla de lo grande e importante que somos; sino de lo vil que somos?

Así que esta pregunta clama por una respuesta: el evangelio en el cual tú crees ¿contiene sangre? Si no la tiene, ¡tu evangelio puede irse para el infierno! ¿Es el evangelio que tú predicas sangriento? Si no lo es, ¡ay de ti!

Cueste lo que cueste, sin importar el precio: devuelve la sangre a tu evangelio. Solamente el Evangelio sangriento merece nuestra sangre derramada; porque solamente el Evangelio sangriento agrada a Dios. El Espíritu Santo da testimonio del Evangelio sangriento. La sangre y el Evangelio van juntos: por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

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