viernes, 26 de marzo de 2010

ABRIL 2010: NUESTRO DELEITE SUPREMO

Dios nos ha dado muchas cosas de las cuales podemos disfrutar en esta tierra. Nuestras vidas están repletas de tantas bendiciones inmerecidas: buena comida, un techo para guarecernos, ropa para mantenernos con calor, agua corriente, electricidad, familia, amigos, un trabajo, educación, un ministerio, etc. Por la gracia de Dios, la naturaleza humana disfruta de las cosas buenas que la vida nos ofrece. Así fuimos creados. La felicidad se halla en las cosas sencillas, no en lo espectacular. Eclesiastés nos recuerda cinco veces que, "no hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo" (2:24; ver también 3:13; 5:18; 8:15; 9:7). Cuando el corazón de un hombre o de una mujer está en paz con Dios, entonces hay alegría en la comida, la bebida y el trabajo. ¿Qué podría ser más elemental que eso?

Pero el deleite supremo de todos los creyentes es algo (o alguien) más que ordinario. Aquella persona se llama "Dios". Él es el deleite de deleites; el gozo de gozos; el placer de placeres. Fue Agustín quien dijo, "Señor, nos creaste para ti mismo; y nuestras almas están inquietas hasta que hallen en ti su reposo". Los incrédulos sacian sus deseos mediante la gratificación de su lujuria. Pero el deseo (y la lujuria absoluta) del creyente es Cristo mismo (lujuria en el sentido de nuestro deseo más ardiente). Le anhelamos a Él y Su presencia. Asaf ansió a Dios. En el Salmo 73 escribió estas palabras, "Tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien" (vv. 27-28). Esta palabra 'bien' esconde un mundo de significado. Está embarazada de valor. Es la misma palabra que se empleó cuando, "vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera" (Génesis 1:31). La creación era hermosa, agradable para Dios, un placer, un paraíso. Lo que la creación significaba para Dios es lo que Él significa para nosotros. Jesús es nuestro Paraíso. Él es nuestro Jardín de joyas y tesoros secretos.

El amor es la fuerza atrayente más fuerte que este mundo jamás ha conocido, y un creyente que sinceramente se acerca a Dios está vencido por el amor. ¡El amor no puede dejar a Dios irse! El amor se agarra a Él aun cuando parezca imposible hacerlo. El amor es apasionado, ardoroso y en todo, como un fuego. Es más fuerte que la muerte y más profundo que el mar. Dios es amor. Y si quieres conocer a Dios, tu amor ha de ser el Señor. Nadie conoce a Dios sino aquellos que le aman. Y el amor ve en su amado a uno tan lleno de delicia y placer. Dios es nuestro deleite, o sea, nuestro deleite supremo. Los hijos de las tinieblas se mofan de tal idea, pero no puedes llegar a ningún lado en tu relación con Dios si no es por el amor. El amor es celoso. El amor exige tu todo. El reformador Enrique Bullinger escribió acerca de la oración diciendo, "Toda oración de los creyentes será dirigida por fe y amor". El buscador de Dios, Tomás à Kempis dijo, "Todo es vanidad, excepto el amar a Dios y el servirle a Él". Comentó el puritano Stephen Charnock, "Cuando nos deleitamos en Dios, luego serán contestadas nuestras oraciones". El rey David prometió, "Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón" (Salmo 37:4).

Cuando te deleitas en Dios, tu deseo será "Dios". Y cuando el deseo de tu corazón es Dios mismo, ¿cómo podría Dios no contestar tu petición? Es la delicia de nuestro Padre revelarse a sus hijos sedientos de Él. El mayor don que Dios nos puede regalar es Él mismo. Y así lo ha hecho en la Persona de Su Hijo, Aquel que llamamos ‘salvación’: Cristo, nuestro deleite supremo.

¿Verdaderamente te deleitas en buscar a Dios? Si perdieras todo lo que tienes en este mundo, ¿serías capaz de clamar con el patriarca Job: "bendito sea el nombre del Señor"? Deléitate en Él porque Él se deleita en ti. Tú eres precioso para Él y Él es más que precioso para ti. Si quieres conocer más a Dios, la clave de todo es desearle a Él y deleitarte en Él.

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