martes, 5 de enero de 2010

HAMBRE POR DIOS (español)

¿Tienes hambre? ¿Has estado hambriento alguna vez? El hambre es sinónima de vida. Un bebé llora porque tiene hambre. Dondequiera que haya hambre, allí se halla vida. Un cadáver no come nada. ¿Por qué no? ¡Porque no tiene hambre! El hambre es una fuerza poderosa; no solamente en el mundo físico, sino también en el ámbito espiritual.

La marca de un alma verdaderamente nacida de nuevo es hambre por Dios: es conocerle a Él más y vivir en obediencia a Su Palabra. He conocido a personas que me han dicho, “Yo puedo vivir cómo me da la gana ahora que he nacido de nuevo. Pase lo que pase, ¡yo voy al cielo!” ¡Engaño! El alma verdaderamente nacida de nuevo se deleitará en Dios y guardará Su Palabra. Una oveja del Señor sigue al Pastor. Si no hay fruto de santificación, no ha habido justificación. Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; ¡no tontea con el mundo!

Cristo pronunció Su bendición sobre los hambrientos, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6; Lucas 6:21). Pedro nos exhortó, “como niños recién nacidos, desead la leche espiritual” (1 Pedro 2:2). Muchas veces buscamos, con temor y temblor, un testimonio de nuestra salvación, y un hambre sincera por Dios, Su Palabra y Su presencia es una de las señales más seguras que hay de redención.

Ayer, un hermano en el Señor me comentó, “Cuando nací de nuevo, no podía pararme de leer la Biblia; la leí día y noche. No la podía dejar. No sabía lo que me estaba pasando”. Esto es evidencia de un hambre dada por el Espíritu Santo. Antes, deseábamos las cosas de este mundo; pero mediante la regeneración, nuestros anhelos y afectos van dirigidos hacia Dios. Él se ha convertido en nuestra vida, nuestra luz, nuestro gozo, nuestra salvación, nuestro placer supremo y duradero. En una palabra, Cristo ha llegado a ser nuestro TODO. Un hijo del diablo no desea a Dios; ¡le odia al Señor!

La iglesia ha de ser un lugar hambriento compuesto de personas hambrientas. La historia enseña que el avivamiento siempre viene a los hambrientos. En enero 2010, tenemos que pedir a Dios que nos dé hambre de nuevo. En demasiados lugares de adoración, encontramos juegos y estrategias usurpando el lugar de la Palabra de Dios y oración; pero nos han dejado vacíos. La consecuencia es que muchos creyentes pobres no saben adónde ir: están dolidos, confusos y desorientados. Hay una verdadera hambruna por la Palabra de Dios en nuestros días; y las multitudes claman por pan.

¿Cómo podemos remediar esta situación? ¡Exaltar a Cristo en nuestros púlpitos, iglesias y vidas! Justo antes del avivamiento metodista en el siglo XVIII que vino a Gran Bretaña, no quedó casi ninguna iglesia que predicara el evangelio de Cristo. Y temo yo, que como regla general, Europa como un todo está bajo el mismo predicamento. ¿Por qué necesitamos predicar de la gloria de Cristo de nuevo? ¡Porque Él es el Pan que descendió del cielo! Él es Aquél que saciará el hambre de los necesitados. Dijo Él, “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre” (Juan 6:35).

En 2009, he podido ver a primera mano el hambre por la realidad de Dios que hay presente en nuestra Europa del siglo XXI. El anhelo por Dios no ha desaparecido. Hay multitudes que están dispuestas a batallar por la verdad del Evangelio, si tan solo les diéramos una razón para pelear. En palabras de BH Clendennen, “Hay un hambre por realidad”. Es tiempo de estar hartos de una espiritualidad superficial y de juegos religiosos baratos. ¡Es tiempo de tener hambre de nuevo!

Pídele a Él que te dé hambre. ¿Tienes hambre por Él?

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